Vivo con dos gallinas, entre otros muchos seres vivos que me rodean. Las he empezado a conocer poco a poco, como urbanita reinventada, al principio ni sabía como agarrarlas. Y me han sorprendido, es posible tener mucha más relación con ellas de lo que yo hubiera pensado.

El otro día observaba a una de ellas en un rincón del jardín en el que hay una fuentecita con agua donde les gusta beber. Allí estaba Filomena echada de lado pataleando de puro gusto, revolcándose en la tierra. Las patitas le salían por un lado, ella toda plumas, tierra, y desorden. Ahí, entre el sol y la brisa, y el verde de exuberancia otoñal, era una alegría mirarla. Yo observaba como se observa a alguien que no sabe que lo miran, de ladito, no fuera a darse cuenta, no quería interrumpir su festín de felicidad. Seguro que lo era.

Y así… por las mañanas solo tengo que llamarlas, y donde estén, si no es muy lejos, me contestan con un graznido más que cacareo, no muy elegante, hay que decirlo, y vienen corriendo. Me persiguen como los pollitos a la gallina, y a toda carrera (no imaginé que pudieran ser tan rápidas). ¡Hora de comer! Una de ellas ya me sigue si estoy en el jardín, hasta me parece que busca caricias.

Ni decir que al principio el recoger los huevos me parecía un auténtico milagro. Y en realidad me alarmaba: ¿como pueden producir esto todos los días? Que esfuerzo, que fertilidad, ¡que generosidad! Muy emocionada, les daba las gracias (además de los desechos de cocina para que se encargaran del fascinante proceso del reciclaje).

Dicho esto, ¿a que grado de barbarie civilizatoria hemos llegado para haber reducido a estos animales, y a todo el resto de seres vivos, a meras unidades de producción, con el mismo tratamiento que se le da a cualquier materia prima inerte? Creo que no es necesario que describa cómo las gallinas de la agroindustria son confinadas en concentraciones absurdas donde no se pueden mover, ya ni hablar de vivir sus comportamientos naturales, con un cierto porcentaje de muertes «aceptables» que cuestan aparentemente menos que darles más espacio1. Pues todo se trata de maximizar la ganancia en la lógica del sistema enfermo que hemos creado.¿Porqué consideramos todo esto correcto y normal?

Es posible dilucidar como hemos llegado aquí, se pueden llenar bibliotecas con el tema2. Quiero solo mencionar el dudoso logro de invisibilizar los pasos del proceso que nuestros ancestros tenían muy presentes: el cómo se producen las cosas (por lo tanto bloqueando la posibilidad de empatía), también los costos totales, muchos hoy escondidos (como los medioambientales, que igual acabamos pagando), o el paradero de los desechos (con consecuencias catastróficas, ver por ejemplo los daños medioambientales causados por la tenencia industrial de cerdos). Vivimos en burbujas ciegas de bienestar material.

El tema es que la carne proveniente de animales que se han tratado bien, respetando su condición de seres vivos, que se alimentan y se cuidan localmente, idealmente de la manera que hemos etiquetado como ecológica, es y será mas cara (y también más escasa): es el precio correcto, lamentablemente estamos muy mal acostumbrados. No estamos abogando por una elitización de la buena alimentación, por lo contrario, los costos de las externalidades del presente sistema los pagamos todos, aunque no sea precisamente en el supermercado. Querer seguir consumiendo las cantidades de carne a los precios que nos hemos acostumbrado en los países industrializados simplemente es insostenible. Ni nuestro cuerpo, ni el planeta, ni mucho menos los animales, lo aguantan. Así que: a comer más hortalizas, ojalá de huertos ecológicos… que ojalá crezcan por doquier.

Salud y agroecologia,

Gisela Ruiseco

1Para (horribles) detalles de «producción» y transporte se puede ver este link: https://foodispower.org/es/animales-terrestres/pollos/gallinas-criadas-para-la-industria-del-huevo/

2Ver por ejemplo: R. Patel y J. W. Moore (2017). «The History of the world in seven cheap things».