–Sobre vivencias neorurales–
Cuando hace unos años llegamos al terreno en Collserola que ahora cuidamos, nos sobrecogió la abundancia de la producción de los frutales que había. Y nos sigue sobrecogiendo. Los primeros años entré en una especie de frenesí pues una parte de las cosechas, en ese entonces sobretodo la de nísperos, amenazaba con «perderse». Pasamos agitadas temporadas intentando recoger todo, con un ¡vengan amigos!, que no se malgastara nada …
Hicieron falta un par de años para darme cuenta de que aquí somos solo unos de tantos que se comen las frutas: hay gran cantidad de pájaros y cada cual gustará de algo que ofrece el jardín. Y ni hablar de los insectos y de tantos otros animales que viven en y del terreno. Además, como se ve en la abundancia de proyectos de arbolitos por doquier, la finalidad de la fruta no es alimentarnos, es la reproducción (o, tal vez, en un sentido más profundo, incluye ambas cosas: nos co-alimentamos.)
Hoy, disfrutamos de la abundancia más plácidamente. Vamos también aprendiendo que si un año hay de lo uno, el otro año habrá de lo otro. La moritas, abundantes el primer año que pasamos en el jardín, después han sido pocas. Este fue un año extraño para los higos: comenzaron a crecer pero en algún momento ya no había, muchos se cayeron al suelo ¿sería la sequía…? Por otro lado, ha habido zarzamoras en una abundancia como nunca, y muchas manzanas, ¡por primera vez!
En alguna parte leí que un terreno siempre quiere volverse bosque. Buscar el equilibrio entre el espacio que nos tenemos que abrir en ese potencial bosque y el espacio para los otros seres vivos … esa parece ser la tarea. ¡Y no solo en este terreno!
Está claro que «la abundancia» es algo relativo. Si del terreno comieran 30 personas, no quedarían ni nísperos, ni manzanas, ni nada para los pájaros. Pero empecemos por otro lado. Tal vez se trata más bien de re-aprender a entendernos como parte de una naturaleza que se lanza en profusión por doquier… que «malgasta», dicho desde nuestra mentalidad. Pueden ser frutas que se pudren, pueden ser miríadas de semillas que nunca caerán en terreno fértil, o también tantos brotes de arbolitos que nunca se volverán árboles. Si nos quisiéramos poner polémicos habría que decir que la naturaleza es una abortista de primera.
El terreno, pues, se comporta con generosidad y abundancia. En contraposición, nosotros pensamos en términos de malgasto, de escasez, nos constreñimos para acumular. Tal vez, vivencias de este tipo podrían llevarnos a tomar consciencia de estos términos bajo los cuales vivimos, culturalmente normales y funcionales para una economía que bendice el acumular. La percepción de nuestro imaginario actual puede ser un primer paso para un cambio necesario.
Hoy somos muchísimos seres humanos. Y alcanzaría lo que ofrece el planeta para todos y para el resto de seres vivientes, aunque no para la desmedida acumulación de algunos, parafraseando a M. Gandhi. Somos la cultura del acaparamiento, y esto, ¿alguna vez tuvo posibilidad de dar buen resultado?
Puede ser que no sea tan difícil disfrutar de la abundancia sin quererlo todo, encontrando el grado de «lo suficiente». Lo que nos rodea es generosidad, y esta podría generar confianza, que a su vez podría fungir como antídoto contra el ímpetu de la acumulación.
En todo caso el jardín enseña a dejarse sorprender, invita a disfrutar de los nísperos si este año los pájaros se comieron todas las moras. No es limitación, es fascinación por lo que se nos da. Yo hasta me he olvidado de querer comer pepinos durante el invierno, uvas en primavera y tantos largos etcéteras. No son necesidades, ni siquiera lujos, cuando uno se desacostumbra. Mas bien llegan a parecer simples necedades incongruentes.

Fotos de la autora
Salud y agroecología,
Gisela Ruiseco Galvis